por Thelma LLoren
Cuando era pequeña mi madre nos repartió entre los hermanos el escapulario de Nuestra Virgen de Garabandal. Desde entonces siempre ha sido una asignatura pendiente para mi visitar ese lugar que se antojaba tan especial.
Cuando mi coro Matina y Gospel Libertad anunció los planes de hacer este peregrinaje, sentí una emoción extraña ¿envidia quizás? Umm…son tiempos de pandemia y temía apuntarme por precaución. Aún así, cuando hablaba con Dios le decía que quería ir allí. Estaba segura de que algún día iría, pero si Él quería que fuera con el coro Él tendría que facilitar las cosas.
Una semana antes de la peregrinación recibí una llamada sorpresa de nuestra compañera Yvonne, que acababa de volver a España desde Senegal. Me dijo que yo tenía que apuntarme a ese peregrinaje. Ya sabemos que una llamada de Dios no se puede ignorar… no quería que me tragara una ballena, jajaja.
Puse patas arriba los planes de mi coro gospel. No sabía si habría hueco para ir en algún coche o si quedaba alojamiento. Gracias a Dios mi querido marido accedió a venir, o sea que ¡transporte arreglado!. Además ¡encontraron alojamiento para nosotros!
No voy a escribir sobre Garabandal porque nuestra querida María Alberdi ya lo hará. Voy a escribir sobre la sorpresa que se nos presentó al quedar inesperadamente cancelada la actividad programada para el segundo día en San Sebastián de Garabandal.
Para nuestro asombro, Dios nos guió el sábado 29 de agosto hacia el Monasterio de Santo Toribio de Liébana, conocido por la reliquia de Lignum Crucis, el trozo más grande que existe de La Cruz donde murió Jesucristo. No sabía nada de su existencia, ni me cabía en la cabeza que pudiera existir un trozo de madera de hace tantísimo tiempo. Si pensar en ello impacta, espera cuando estés en su presencia. Así es como me sentí – lo voy a escribir en tiempo presente porque para mi esto es como si me estuviera pasando ahora mismo:
Te encuentras delante del mismísimo madero donde crucificaron a Jesús. Le sientes allí, te dan ganas tocarlo, te emocionas. Quieres quedarte cerca de Él y pasar más tiempo contemplándolo. En un momento dado, durante las alabanzas, los cantos, los momentos de silencio en aquella capilla maravillosa del Monasterio donde se nos concedió el maravilloso regalo de realizar nuestra adoración, me vino la imagen de Jesús tirado en el suelo. Vi su cabeza con la corona de espinas, la cruz pesada, su mano agujereada. Y yo me agaché intentando cogerle la mano para levantarle. De repente la escena cambió y era yo la que estaba caída en el suelo y Él levantándome con su mano agujereada. ¡Me invadió una emoción tan fuerte y tan suave a la vez! Sentí su gran amor, su dulce compasión. En ese momento me acordé de cuando alguien me comentó vehementemente que esas personas que crucificaron a Nuestro Señor eran malos y pecadores. Aquel comentario me hizo pensar si Jesús nos vería de la misma manera. Sin embargo, en mi visión sentí que Él nunca mira así a quienes le crucifican y se burlan de Él. Puede que todo su cuerpo esté lleno de llagas y heridas y esté muy muy cansado, pero su mirada hacia nosotros sigue tierna. Él ve nuestras frustraciones, dudas, miedos y debilidades. Él nunca nos condena, no lo puede hacer porque cada uno de nosotros lleva una parte de Su Espíritu, y Su Espíritu no puede ser más bello y puro. Sólo desea que volvamos…
¡Qué maravillosa visión de amor incondicional! Señor queremos volver a Ti y amar como Tú.
Gracias por llevarnos a tu Lignum Crucis. ¡Alabado sea Tu Nombre!